martes, 19 de febrero de 2008

La Historia y la "historicidad"

El siguiente texto es una traducción de una noticia con fecha de 6 de enero. Escrita por James Gleick en The New York Times. El autor nos hace reflexionar sobre el valor real de los objetos, navegando entre la Historia, los sentimientos, la magia y la realidad.

Me ha encantado hallar este texto para hablar sobre estos temas, ya que se acude a la Historia y a un documento histórico de enorme relevancia como es la Carta Magna. Fue redactada durante el gobierno del Rey de Inglaterra Juan I (también conocido como Juan "Sin tierra", ya que era el quinto y último hijo del rey Enrique II Plantagenet, y quedó sin territorio en el reparto de la herencia), monarca que, para no ser destronado, se vio obligado a respetar "las leyes viejas" y a garantizar los privilegios de los barones. Además, necesitaría consultar a la Curia Regis a la hora de imponer cualquier tributo.

La Historia sigue siendo causa y excusa para el debate sobre los temas más variados. Y la materia aquí tratada bien merece nuestra atención, tanto por su propia importancia como por la inteligente manera con que la aborda el autor del artículo. Seguramente pueden sacarse las conclusiones más variadas. Sin más preámbulos, espero que el artículo sea de vuestro interés.


Conservando el "original":

¿Cuál es el valor de la Carta Magna? Exactamente 21321000$ (alrededor de 14700000€). Lo sabemos porque fue adjudicada en pública subasta en Sotheby´s, en Nueva York, justo antes de Navidades. 21 millones de dólares es, con mucho, la mayor cantidad pagada nunca por una página de texto, y ello encierra una paradoja: la información es ahora más económica que nunca, a la vez que más cara.

Por supuesto, la mayoría de la información es prácticamente gratuita, más fácil de guardarse y más rápida de difundirse de lo que nuestros padres imaginaron posible. De algún modo, dispones de la Carta Magna para consultarla : puedes leerla en cualquier momento, al alcance de un clic. Ha sido conservada, fotográfica y digitalmente, en incontables copias que no dejan evidencias físicas y que, sin embargo, durarán tanto como nuestra civilización. Por otro lado, la Carta Magna es un fragmento de pergamino (de 15 por 17 pulgadas), frágil, escaso y prácticamente ilegible. ¿Por qué esa versión debería ser tan valiosa?


La Carta Magna, en sí misma, es un excelente recordatorio de cuán costoso es almacenar y difundir la información. El objetivo era lograr trasladar la palabra del rey a un formato legible, salvaguardarlo, conservarlo y luego ponerlo a disposición de los usuarios. En Inglaterra, en el siglo XIII, esto supuso el remojo, el estiramiento, el raspado y el secado de la piel de cordero para realizar la vitela, la preparación de la tinta a partir de agallas de roble, y la caligrafía cuidadosa ejecutada por escribanos profesionales con canilla de ave. A continuación, las reproducciones habían de hacerse del mismo modo -no había otro- para enviarlas a las circunscripciones condales y a las iglesias, donde eran leídas en voz alta.

Hasta tal punto residía el valor de la Carta Magna en sus palabras: su significado y su verdadera fuerza política real, comenzando por los agradecimientos del Rey Juan en 1215 a "sus arzobispos, obispos, abades, condes, barones, ... y a todos sus fieles sirvientes" y continúa con un mensaje nunca antes escuchado -una serie de limitaciones al poder del Estado. Esto significaba una concesión de derechos y libertades a todos los hombres libres, irrevocablemente y para siempre, al menos en teoría. El documento no sólo expresaba el otorgamiento, o lo representaba o certificaba. El documento era la concesión -"dada por nuestra mano en la pradera conocida como Runnymede".


El valor del objeto particular, vendido en Sotheby´s ocho siglos más tarde, es completamente diferente. Es una especie de ilusión. Podemos llamarlo valor mágico, opuesto al valor real. Es como el valor de una pelota de béisbol cuando Bobby Thomson la lanzó fuera de Polo Ground. Un objeto físico llega a ser deseado, precioso, casi sagrado, por consenso común, en consideración a una Historia -o historia (con minúsculas)- que está relacionada con él (si resulta que usted adquiere la pelota equivocada, el valor de la misma desaparece como por arte de magia).

La Carta Magna de los 21 millones de dólares es una copia realizada en 1297. De hecho, seguramente es la copia de una copia, con errores y correcciones incorporados por la costumbre. Y todavía también es un original: publicado oficialmente, de nuevo, por el Rey Eduardo I. Sotheby´s calcula que hasta la actualidad han sobrevivio 17 "ejemplares originales" desde el siglo XIII, la mayoría conservados en bibliotecas y catedrales de Inglaterra. Otros cientos se han perdido, debido a las ratas, al fuego y a la reutilización como papel para borradores.


Incluso siendo una copia, es sólo un tipo de copia. "Era como alguien dijo Mona Lisa" explicaba el anterior comprador (Ross Perot, 1984, 1,5 millones de dólares). Antes de la venta, Sotheby´s denominó a la Carta Magna "una luz en la oscuridad, un brillante talismán de nuestra condición humana, un icono sagrado de nuestra historia". Simplemente eso. Algo mágico. Las reliquias religiosas, como el Sudario de Turín, brillan invisiblemente con la misma magia. A menor escala sucede con los autógrafos, las monedas, las fotografías curiosas, los violines Stradivarius (a no ser que creas que puedes reconocer la calidad tonal de la madera con 300 años de antigüedad) y los vestidos que cubren las espaldas de las celebridades, como el traje de boda de repuesto (tafetán de marfil de seda) que Diana pudo haber utilizado pero no llevó puesto (2005, se pagó por él 175000 dólares).

Todos estos "artefactos" comparten la cualidad que Philip K. Dick, en su novela "El hombre en el castillo" llama historicidad, que existe "cuando un objeto tiene una historia (en sí mismo)". En el libro, un comerciante de antigüedades tiene dos encededores Zippo, uno de los cuales supuestamente perteneció a Franklin D. Roosevelt, y comenta: "Uno tiene historicidad, un enorme infierno (de experiencias). Tanto como ningún otro objeto haya tenido nunca. El otro encededor no tiene nada. ¿Puede sentirlo?... No puede. Usted no puede saber cuál es cuál. No hay presencia mística, no hay aura alrededor de ello".


Regresando al mundo real, en 1996, Sotheby´s vendió un humidor (2) que había pertenecido a John F. Kennedy por 574500$. Esto es historicidad.

Por supuesto, actualmente más gente puede adquirir rarezas -ahora las rarezas son un negocio más que nunca antes lo habían sido-, pero ser billonario no garantiza un lugar en el exclusivo club Forbes 400 (la lista de las personas más ricas de Estados Unidos). El comprador de la Carta Magna, David M. Rubenstein, uno de los fundadores del Grupo Carlyle, era el nº165 con una fortuna documentada de 2,5 billones de dólares. Él tiene pensado devolver el documento a pública exposición en el Archivo Nacional, que ha tenido en exhibición otros textos icónicos como la Declaración de Independencia, el Plan Marshall y el plan de vuelo del Apolo 11.

Pero el incremento en las listas de los superricos no explica el incremento exagerado del valor de lo mágico. Justo cuando una reproducción digital hace posible crear un "Rembrandt" suficientemente bueno como para engañar a la vista, el Rembrandt "real" llega a ser más caro que nunca. ¿Por qué? Porque la misma libertad de comunicación que hace la información barata y reproducible, nos ayuda a valorar la visión de la información que no es "auténtica". Una historia gana la fuerza de su objeto, algo sin embargo tenue, sólo un ítem físico. El objeto adquiere poder a partir de la historia. La versión abstracta puede destellar sobre una pantalla, pero el pergamino deteriorado y la tinta descolorida hace que nos paremos (y reflexionemos). La extrema escasez se ve intensificada por la extrema omnipresencia.


Nota1: este artículo ha sido localizado en LISNews.org.

Nota2: recipiente donde se contienen en adecuadas condiciones de humedad los cigarrillos y puros.

Nota3: la imagen ha sido localizada en la siguiente página: : www.thedctraveler.com/ losing-the-magna-carta/

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