viernes, 24 de septiembre de 2010

Minería de datos: las consecuencias de cambiar comodidad por seguridad

Creemos que somos dueños de nuestra intimidad, que sólo saben de nosotr@s lo que queremos que sepan, quienes queremos que lo sepan. Parece un trabalenguas, pero eso es lo que pensamos.

Sin embargo, todos tenemos una cuenta de correo electrónico, la tarjeta de puntos del Ikea o del Carrefour, una cuenta de Facebook y una cuenta bancaria on line. Algunas de estas cosas son accesorias, podríamos renunciar a ellas sin demasiado reparo. En cambio, otras nos facilitan mucho la vida. Por ejemplo, estar al día de la evolución de nuestra cuenta corriente es algo muy útil y nos permite evitar ir al banco a hacer algo antes muy habitual, actualizar la cartilla.

Otros elementos ya se han vuelto casi indispensables, como tener una cuenta de correo electrónico.

Y otros nos permiten ahorrarnos unos eurillos, véase tener la tarjeta del Mercadona.

En todos los casos, dar nuestros datos personales parece una cuestión menor, no nos cuesta nada hacerlo. Sin embargo, para las empresas nuestros datos y la actividad  que realizamos, reflejada en nuestro historial de llamadas telefónicas, compras realizadas en el supermercado, transacciones económicas efectuadas, etc., supone una información de incalculable valor. Ésta les permite afinar mejor sus campañas de captación de clientes, de publicidad, etc.

Como dice Jorge Franganillo en el artículo que aquí comento y resumo, a las empresas no les interesa saber qué yogur me gusta o qué cantidad de gasolina echo a la semana. No le interesan los datos individuales, sino el conjunto de datos de cientos de miles de consumidores y el análisis de los mismos a través de la llamada "minería de datos", para determinar los hábitos de consumo.

Si queremos usar muchos servicios, no nos queda más remedio que aceptar las cláusulas de uso que imponen las empresas, pero ¿es ético y justo que nuestra intimidad, reflejada en nuestros hábitos de consumo, sea conocida por terceras personas, en este caso empresas? ¿A quién le importa cuál es nuestro champú preferido?

Además, el conocimiento de los mencionados datos puede llevar a realizar actos claramente discriminatorios. Por ejemplo, al saber nuestro código postal, las empresas saben en qué barrio vivimos, con lo que podemos tener más dificultades para conseguir un préstamo.
Un caso menos obvio, y que clarifica cuan sofisticados pueden ser los análisis de las empresas, es el siguiente: en Francia se ha demostrado estadísticamente que los compradores de coches rojos tienen un mayor porcentaje de impago de los préstamos. Por tanto, las personas que quieran comprar un coche rojo, están expuestos, indistintamente, a tener que pagar un tipo de interés mayor que quien adquiere un coche de color negro. No cabe duda de que esto no es justo, se trata de un acto claramente discriminatorio.

Quizá la velocidad a la que va la vida actual no nos deja pararnos a reflexionar. Por ello, artículos como el de Jorge Franganillo son muy saludables, si no para evitar lo inevitable (vivimo en un mundo informatizado, en el que todo queda registrado), al menos sí para entender el mundo que nos rodea.

Saludos.

Nota: el artículo original: Franganillo, Jorge Implicaciones éticas de la minería de datos. Anuario ThinkEPI, 2010, vol. 4, pp. 320-324.

jueves, 16 de septiembre de 2010

¿Gratis es más público? (II)

Continuando con el post del último día, estoy seguro de que la mayoría pensará: "¿de repente hacer de pago los servicios bibliotecario, cuando siempre han sido gratuitos? ¡Será la ruina de las bibliotecas! Además, ahora que estamos en crisis. Por no hablar de que quienes más visitan las bibliotecas no son precisamente las personas con más recursos."

Y desde luego que no les falta razón a tod@s los que piensen así.

Pero lo que yo quiero plantear aquí no se queda en establecer unas tarifas para, quizá, conseguir algunos euros más para mantener las bibliotecas públicas. Se trata de una reflexión general, que también incluye a las bibliotecas, pero que va mucho más allá, que se refiere a todos los servicios públicos.

Seguro que os acordáis de la "urbanidad", aquello que estudiaron en el colegio nuestros abuelos y nuestros padres, y que ahora se llama civismo. Pero que en un tiempo u otro, ahora o ayer, significa lo mismo: respetar las normas de convivencia pública. Dentro de lo que también se encuentra hacer un uso adecuado y respetuoso de los bienes y servicios públicos.

¿Cuántas veces hemos visto romper o quemar una papelera o un contenedor por un chaval? Ni se sabe cuántas veces. ¿Y por qué no le importa hacerlo? Porque sabe que no va a pagar el desperfecto, que dentro de unos días habrá una nueva papelera por arte del birlibirloque.

Pero no, no nos equivoquemos, todos sabemos que el desprecio de la cosa pública no es patrimonio de los adolescentes. Por el contrario es algo que heredan de los mayores, como no podía ser de otra manera. O acaso más de una vez, estando en la playa, no hemos ido a recriminar a alguien que tires las colillas en la arena o que deje su basura en la arena, y nos ha respondido de malas maneras algo así como: ¿Qué pasa? ¡La playa es de todos! O como mucho nos diga con fingido arrepentimiento: Lo siento, iba a recogerlo.

Sinceramente, estoy harto, cansado de estos comportamientos. He llegado a la conclusión de que todo aquello que no cuesta dinero, no se valora. Es decir, todo lo que es público, pagado con nuestros impuestos.
Y esto mismo es lo que ocurre con las bibliotecas públicas. Se cree que las bibliotecas , como bien y servicio público, son como setas, surgidas del suelo de modo natural. Y no se aprecia todo lo que ofrecen a la sociedad. Muchos pensarán que no cobrar por los servicios no es precisamente la manera más adecuada de que los ciudadanos valoren más a la profesión bibliotecaria.

Pero yo no hablo de cargar sobre los usuarios unas altas tasas, principalmente sobre el préstamos de materiales. Simplemente plantearía el cobro de un precio simbólico por préstamo, por ejemplo 25 céntimos de euro (tasa de la que podrían estar exentos algunos grupos poblacionales personas en paro, jóvenes y personas con bajos ingresos).

Es posible que durante algún tiempo los usuarios se sorprendieran y también se quejaran. Pero con el tiempo verían que no es nada gravoso y valorarían más las bibliotecas y a los bibliotecarios.

Realmente las bibliotecas públicas apenas conseguirían dinero para financiarse con esta tasa, pero lograrían algo mucho más importante, hacer ver a la población que nada es gratuito, que tenemos que cuidar los bienes públicos, que son de todos porque los pagamos todos.

martes, 14 de septiembre de 2010

¿Gratis es más público? (I)

Hace unos días leí un artículo de opinión de Tomás Baiget referido a los servicios de información de las bibliotecas y la opinión muy mayoritaria de los bibliotecarios de que los servicios bibliotecarios en general han de ser gratuitos. Y Tomás Baiget argumentaba que este posicionamiento hacía que las bibliotecas públicas (en todas sus tipologías) actuasen a modo de monopolio que asfixiaba cualquier iniciativa empresarial privada que tratase de realizar servicios de documentación a otras empresas.

Sin duda me pareció una reflexión interesante sobre la gratuidad o no gratuidad de los servicios ofrecidos por las bibliotecas públicas. En España, se ha elegido claramente la gratuidad. Pero sabemos que otros países, especialmente los anglosajones, han preferido repercutir sobre los usuarios parte de los gastos de los servicios.

Todo esto me lleva a preguntarme: ¿el carácter gratuito es inherente a lo público?

Con poco que lo pienso, llego a la conclusión de que no. Por ejemplo, todos estaremos de acuerdo en que los servicios de transporte municipales son un servicio público. Pero a nadie se nos ocurre entrar en un autobús municipal sin pagar previamente el billete.

¿Si esto es así con el transporte municipal, por qué no puede ser parecido con las bibliotecas?
Sí, ya lo sé, los usuarios ya pagan con sus impuestos las bibliotecas, y la cultura y la información son un derecho social. ¿Pero acaso es menos derecho y menos social la recogida y tratamiento de basuras, o el servicio de aguas municipal? Los ciudadanos los pagan con sus impuestos y, aparte ,también con tasas periódicas adicionales.

Todavía no quiero decir si estoy o no a favor de que se cobren tasas por los servicios bibliotecarios, no quiero dar pistas. Pero sólo quería hacer una última cuestión, ¿creéis que valoramos suficientemente lo público (en general)  o que, por el contrario, lo tenemos en muy poca estima?

Espero que os interese el tema y que participéis con vuestros comentarios. Hasta el siguiente post. Saludos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

El impacto de la Web 2.0 en las revistas científicas

Las editoriales científicas están cada vez más interesadas en saber más sobre su influencia en el mundo académico. De ahí que estén apareciendo nuevas herramientas a través de proyectos como MESUR, COUNTER o Usage bibliometrics. Para conocer con más profundidad esta cuestión, he acudido a un reciente artículo de El Profesional de la Información, realizado por Álvaro Cabezas-Clavijo y Daniel Torres-Salinas (1).

La editorial PLoS ha implementado una serie de indicadores únicos para medir el uso de sus publicaciones. Concretamente se trata de 23 indicadores que se pueden situar en los siguientes cuatro grupos:

-Interacción y participación del usuario (comentarios; puntuación de los artículos)

-Uso de los artículos (descargas del archivo; visitas o accesos al texto completo sin descarga)

-Difusión en la Web 2.0 (enlaces y menciones de los artículos en los portales especializados de blogs científicos; bookmarks o etiquetado social)

-Reconocimiento tradicional (citas)

El análisis de los resultados de los diferentes indicadores ha indicado las siguientes cuestiones:

-La escasa implantación que tiene la Web 2.0 en la comunidad científica. Los enlaces en blogs científicos y el etiquetado están muy poco incorporados a las rutinas de los científicos.

-Siguiendo la misma senda, los comentarios y las puntuaciones de artículos son escasamente empleadas. Esto y la poca implantación de la Web 2.0 se explicarían por el carácter especialmente competitivo y hermético del ámbito científico. Nadie quiere dar la más mínima ayuda a otros investigadores ni enemistarse con una editorial.

-De manera que los indicadores que siguen imponiéndose para saber el impacto de una publicación o de un artículo son los tradicionales: número de visitas y de descargas, y número de citas.

-Por otro lado, los autores parecen dejar entrever que el número de citas realizadas a los artículos de las revistas de PLoS (ejemplo que quizá podría extrapolarse con muchas reservas al resto de publicaciones Open Access) es reducido. De manera que la relevancia de los artículos o su impacto en la comunidad científica no es óptimo.

La gratuidad parece que todavía es un valor escasamente tenido en cuenta en el mundo científico, que prefiere gastar importantes sumas de dinero con tal de acceder a las publicaciones y autores más relevantes. No cabe duda que el ámbito científico no tiene nada que ver con las necesidades y gustos del público general (algo que quizá tampoco debiera sorprendernos).

Nota1: Cabezas-Clavijo, Álvaro and Torres-Salinas, Daniel Indicadores de uso y participación en las revistas científicas 2.0: el caso de PLoS One. El Profesional de la Información, 2010, vol. 19, n.4