miércoles, 30 de junio de 2010

Cuando renovarse no puede ser morir: las bibliotecas públicas a debate en el Reino Unido

Los tiempos que vivimos no son los mejores, no cabe duda. La actual crisis económica nos está planteando una serie de retos de difícil resolución y nos está enfrentando a decisiones muy dolorosas que, según nos dicen, son imprescindibles para que el Estado del Bienestar (enseña de Europa, aunque ya sea menos bienestar) siga existiendo.

Repentinamente, las partidas de gasto son cuestionables y revisadas por doquier. En mi opinión, esto es señal inequívoca de que se ha actuado como nuevos ricos y se ha derrochado el dinero. No utilizo la primera persona del plural “hemos” porque no me considero partícipe ni responsable de la actual crisis, del mismo modo que muchos otros ciudadanos. No entiendo porque la inmensa mayoría de los ciudadanos tenemos que hacernos partícipe del fracaso y de la mala gestión de otros cuando anteriormente no participamos en el supuesto “éxito”, que ya vemos a donde nos ha llevado.

En todo caso, actualmente todo gasto es cuestionable, especialmente el público. El gasto público ha de reducirse inmediatamente. Y cuando ocurre esto, ya sabemos que las partidas que con preferencia y con premura se recortan son las de cultura, entre otras. Y con ellas, el gasto en las bibliotecas.

En Reino Unido, el debate está siendo de enorme calado y muy preocupante. Ahora, hay quienes piensan que las bibliotecas son algo prescindible. Esto es lo que viene a decir el informe realizado por la empresa de consultoría KPMG.

Dicha consultora sostiene que los servicios públicos están basados en profesiones establecidas en tiempos georgianos (reinados de Jorge I, II y III, durante el siglo XVIII), oficios como guardia de policía, profesor, cirujano, enfermero, trabajador social, etc.) que fueron organizadas dentro de las instituciones victorianas (la biblioteca, la policía, el ayuntamiento, la ciudad universitaria, el colegio gratuito, el hospital, etc.) y que fueron financiadas y gobernadas por el Estado del Bienestar durante la década de los años 1940. Dice que esta estructura tiene muchas fortalezas, en la medida en que aporta estabilidad a la estructura.
Sin embargo, cree que también es una fuente de inflexibilidad y resistencia al cambio, llegando a quedarse desconectada de la transformación mundial existente. Afirma que en las dos últimas décadas, se ha visto un cambio hacia la gestión mixta, con el uso de las tecnologías de la información, y la privatización de algunos servicios. En cambio, dice que la estructura de servicios públicos ha permanecido intacta.

El informe hace una apuesta firme por la gestión de las bibliotecas públicas por parte de las comunidades locales, en vez de por las autoridades. Sostiene esto, por ejemplo, en que las bibliotecas están teniendo graves problemas de financiación al ser más discrecionales que otros servicios públicos, haciendo alusión a que el uso ha disminuido, con lo que el coste unitario del préstamo por libro se ha hecho más caro que el precio por venta al por mayor de un libro.

Además, afirma que el nivel de resistencia de la comunidad al cierre de las bibliotecas es desproporcionado en relación con su uso. Siguen diciendo que la mayor parte de los espacios de las bibliotecas están mal utilizados, dedicados al almacenamiento de libros poco usados. A pesar de que el e-Gobierno ha hecho bibliotecas electrónicas, todavía las bibliotecas concentran sus servicios en varios edificios.

Habla sobre la oportunidad de que las bibliotecas públicas sean gestionadas por las comunidades locales, con lo que se implicarían más en su devenir y les aportarían un gran valor social. Además, se ahorraría mucho dinero en el pago de un personal sobrecualificado, en un espacio mal utilizado y en acciones innecesarias.

Ante este osado estudio, el célebre poeta Andrew Motion, presidente del Consejo de Archivos, Bibliotecas y Museos, ha declarado en The Guardian que el Gobierno tomaría una decisión errónea si hiciera caso al informe de KPMG. Ha dicho que el sector de las bibliotecas públicas ahorrará dinero, como el resto de sectores públicos. Pero toda buena biblioteca necesita de un personal experto para que funcionen adecuadamente. Cree que, aunque algunos aspectos pueden ser llevados por voluntariado, las tareas centrales han de ser realizadas por personal bibliotecario. Hacer lo contrario sería una catástrofe.

Andrew Motion considera que se trate de bibliotecas tradicionales o modernas, son piezas muy importantes para dar a las personas todo lo que una biblioteca puede ofrecerles, información, placer, instrucción, una nueva dirección en sus vidas. Además ayudan a las personas con dificultades para leer y a quienes están aprendiendo inglés. Poner en riesgo todo esto sería un error absoluto.

Motion acepta totalmente que nos encontramos en un momento en el que hemos de ser capaces de mantener un debate adulto sobre cómo hacer las cosas de otra manera, pero no aceptar la enorme importancia de las bibliotecas y su potencial, como parece mostrar el informe de KPMG, es frustrante a la vista de la labor que han realizado las bibliotecas.

Motion espera que el Gobierno no pierda el tiempo debatiendo sugerencias tan extravagantes.
Cree que no se hace daño alguno a la sociedad preguntándose qué servicios deben ser financiados con fondos públicos y como se deben realizar. Pero sería temerario que una economía moderna abandonara sin motivo los recursos que ayudan al aprendizaje y a construir nuestro potencial como seres humanos. “Estamos en un momento crítico. Es un tiempo para pensar en grande, no para cometer grandes errores que hagan retroceder al país y perjudicar a los más desfavorecidos que necesitan las mejores bibliotecas posibles y el libre acceso a los libros”.

Más allá de este interesante debate, en mi opinión resulta chocante la osadía y el descaro con que las empresas privadas opinan sobre la función pública. Muchos me dirán “¡faltaría más!”. Desde luego que la cosa pública nos afecta a todos y, por ello, es completamente lícito y saludable que esté en boca de todos y sea objeto de una constante reflexión. Pero me provoca perplejidad la reacción agresiva de las empresas privadas muestran cuando desde los poderes públicos se habla de regular sus actividades. “¿Quién es el Estado para decirme cómo he de llevar mi negocio?” Sin embargo, todas las empresas privadas están completamente de acuerdo con que el Estado rescate a ésta o aquella empresa (ya sea un banco, una automovilística, una red internacional de distribución, etc.), amparándose en el perjuicio que puede suponer para el conjunto de la sociedad. ¿En qué quedamos? Si se quiere que el Estado ayude al sector privado, no es una cuestión de solidaridad sino de justicia social que la sociedad en su conjunto reciba una compensación por esa ayuda. Sin embargo, desde la empresa privada, especialmente desde los grandes grupos empresariales, se defiende implícitamente que cuando las cosas van mal “Café para todos”, y cuando las cosas van bien, el sector privado se queda con el café y con la cafetera.
Este posicionamiento me hace ver con indignación estos informes de consultoras privadas que queriendo aparentar una visión “en aras del bien público”, proponen desmantelar los servicios públicos.

No cabe duda de que nos encontramos en un momento crítico, en el que todo es debatible. Todo menos unos servicios públicos mínimos que garanticen la igualdad de oportunidades y la integración de todos las capas sociales. Porque, en caso contrario, ¿qué será lo siguiente, la Sanidad, la Educación, los Servicios sociales? Creo que es el momento de estar muy vigilantes a los movimientos del sector privado y empresarial, porque no podemos renunciar a los derechos de todos en beneficio de unos pocos. Y el Reino Unido, aunque pertenezca al ámbito anglosajón y a un modo diferente de hacer las cosas en todos los ámbitos, también en el bibliotecario, está aquí al lado. Hay que plantarse. Que se gaste el dinero, que se gaste bien y que no se derroche, pero que no se pongan en peligro los servicios públicos. Creo que no es pedir demasiado. Sólo es pedir lo que nos pertenece, lo Nuestro.
Me temo que este artículo ha salido con aspecto de editorial, con carácter muy reivindicativo. Pero no podía ser de otra manera. Un saludo cordial.

Nota:
enlace a la noticia publicada en The Guardian por Alison Flood, con fecha de 11 de julio.

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