Hace ya bastante tiempo que nos ha quedado claro que somos unos contaminadores natos, destructores implacables del medio ambiente. Y que la naturaleza no lo aguanta todo, del mismo modo que los recursos naturales no son inagotables.
Las empresas han tardado poco en darse cuenta de que la ecología vende y da buena imagen. No cabe duda de que para las empresas es más una cuestión de adaptación al mercado que de creencia real en la ecología, a pesar de la responsabilidad social que les atribuye la Constitución.
Para la Administración y sus instituciones, la gestión adecuada y respetuosa con el medio ambiente es una cuestión deontológica, ya que están al servicio de los ciudadanos. Pero también supone una oportunidad de mejorar su imagen y de promocionarse.
Dentro de esta corriente ecológica se encuentran las bibliotecas públicas, muchas de las cuales están promoviendo con decisión las Bibliotecas Verdes.
Traigo aquí un artículo referido a este tema que considero de gran utilidad e interés. Por ello, prácticamente lo voy a traducir al completo (en varios posts). En él se expone el proyecto de un sistema público de bibliotecas estadounidense, la Biblioteca Pública de Fayetteville (Estado de Arkansas), de convertirse en biblioteca ambientalmente eficiente. El proceso se inició en 1998, con el concurso y opinión de la comunidad, construyendo una nueva biblioteca que en 2001 logró ser el primer edificio de los EE.UU. que recibía la certificación LEED (Leadership in Energy and Environmental Design) (Nota2) por parte del Green Building Council, el estándar de eficiencia más respetado y utilizado en el país norteamericano. En 2004 se inauguraba la Blair Library, que también recibía la certificación LEED-NC (New construction). Cuando en 2002 estaba en auge la construcción, y los precios subían, algunas personas sugirieron el recorte de los costes ecológicos. Sin embargo, el administrador financiero dijo “no”. Sabía que a largo plazo estos gastos serían rentables. El tiempo le dio la razón y el ahorro en gastos de servicio y mantenimiento costeó en los primeros años el gasto de la construcción.
Tras abrirse la Biblioteca Blair, muchos acudieron a visitarla para aprender del modelo de bibliotecas verdes. Sin embargo, la autora se dio cuenta de que el personal no llevaba totalmente a cabo en sus rutinas los valores que se habían articulado en el proceso de planificación. Esto se materializaba por ejemplo en:
- Regalar bolsas de plástico.
- Utilizar una excesiva energía eléctrica por la noche, cuando trabajan los servicios de limpieza.
- La impresión de miles de boletines mensuales.
- El pegado de anuncios de los programas de la biblioteca central en los mostradores de servicio.
- La utilización de agua embotellada y cubiertos, vasos y platos de plástico para eventos.
- Servir dulces y otros alimentos poco saludables durante la realización de eventos.
- Llevar en vehículo a los asistentes a reuniones y restaurantes, cuando se localizaban a unas pocas avenidas de distancia.
- Dejar encendidos los ordenadores y los monitores durante las 24 horas, los siete días de la semana.
- La utilización de unidades de refrigeración y ventiladores para evitar el sobrecalentamiento del servidor y de los ordenadores.
- Ofrecer tarjetas de biblioteca que no pueden ser recicladas.
Por tanto, no basta con tener un edificio que es energéticamente eficiente. Es necesario difundir sus valores a las prácticas cotidianas del personal.
La autora sostiene que ser ecológico es un compromiso que implica descubrir mejores prácticas, innovar, reducir las ineficiencias, adoptar nuevos hábitos, y medir y reconocer los avances. Supone ver las cosas desde una lente verde.
Nota1: el artículo original es de Louise L. Schaper, publicado el 15 de mayo en Library Journal. Nota2: LEED es la sigla de Leadership in Energy and Environmental Design.
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