Un recuerdo al genial escritor y pensador, que dedicó buena parte de su vida a denunciar los horrores del estalinismo, azote del poder ruso, tanto del comunismo soviético como del capitalismo “sui generis” llegado con el desmembramiento de la URSS. La excusa es la recomendación de la biografía realizada por el autor inglés Joseph Pearce. Siempre nos quedarán sus escritos.
“El 11 de diciembre, Alexander Solzhenitsyn cumplirá 81 años. Sobrevivió a la Guerra Civil, a la 2ª Guerra Mundial y a la Guerra Fría; sufrió los campos de concentración de Stalin y la represión de Brezhnev; luchó contra el cáncer cuando estuvo exiliado en la remota Kazakhstán, y resistió al materialismo occidental para concentrarse en sus escritos durante su próspero exilio en Vermont. Como él mismo predijo, vivió para ver el lamentable colapso del comunismo soviético, y regresó a casa triunfante. Cuando era joven, creyó en las promesas del marxismo-leninismo, pero acabó brutalmente desilusionado cuando fue arrestado luchando contra la Alemania Nazi. Volvió al cristianismo y fue rotundamente derrotado por las legiones de soplones soviéticos, policía de seguridad y censores que intentaron eliminar las revelaciones que fluían de su mordaz pluma.
Todavía tienen vigencia sus libros, antes vendidos por millones a lo largo de todo el mundo occidental y secretamente pasados de mano en mano como copias clandestinas de un ávido lector a otro, mentiras (gubernamentales) despreciadas en las esquinas de las librerías rusas. Mientras más joven, más difícil era que los escritores serios consiguiesen un puesto de honor. Habiéndosele urgido a regresar de América para incrementar su status político, los nuevos líderes rusos encontraron irritantes sus constantes críticas televisivas, mientras muchos aburridos televidentes simplemente cambiaban de canal en busca de un programa más ligero. Actualmente vive tranquilamente con su esposa Natalya en su refugio rural, cerca de Moscú, seguro de saber que ocupará uno de los puestos más destacados entre los personajes de las historia de Rusia en el siglo XX.
Estudiantes dedicados a la vida y obra de Solzhenitsyn encontrarán decepcionante el libro de Pearce, pero otros agradecerán tener una biografía de dimensiones manejables. Se basa fundamentalmente en tres recursos principales: la sólida y meticulosa investigación de Michael Scammell para la biografía publicada en 1985, la defectuosa autobiografía de la primera esposa de Solzhenitsyn, Natalya Reshetovskaya (“arreglada” por la KGB), y los trabajos publicados por el propio Solzhenitsyn. Hay algunas erratas menores aunque relevantes, tales como decir que Tashkent (la capital de Uzbekistán) está en Kazakhstan o confundir los salarios mensuales y anuales. Escritos más recientes, en los cuales Solzhenitsyn rinde homenaje a los numerosos partidarios que le suministraron información o pasaron clandestinamente sus manuscritos a los editores occidentales, no han sido utilizados.
En ocasiones Pearce, en incomprensible encogimiento de su materia, toma lo que dice Solzhenitsyn sin criba crítica alguna. Por ejemplo, describe cómo Solzhenitsyn, al igual que otros muchos intelectuales rusos, pasaban varias horas a la semana intentando escuchar a través de las ondas información no censurada de las estaciones de radio occidentales, “pero escuchó poco para animarle”. De hecho, Solzhenitsyn comprendió perfectamente que únicamente estas emisiones permitirían a los millones de rusos acceder a las pocas copias clandestinas de su trabajo en circulación para escuchar verdades acerca de la ficción del régimen y su fantástica obra documental “El archipiélago Gulag”.
Verdaderamente, las “voces ajenas” trajeron toda la dimensión de la opinión occidental sobre el régimen soviético a los rusos. En una época en que los tanques soviéticos aplastaban literalmente a los prisioneros políticos rebeldes en el campo de Kengir, los intelectuales occidentales como Jean-Paul Sartre enfureció a Solzhenitsyn al afirmar después de una breve visita que “hay total libertad de crítica en la URSS” y que los ciudadanos soviéticos no pretendían viajar fuera porque ellos amaban su país demasiado para querer salir del mismo. Pero cuando yo visité a Solzhenitsyn en Zurich en 1974, poco después de que fuese forzado al exilio, me contó que había al menos dos occidentales que realmente entendían la esencia del comunismo soviético: George Orwell and Robert Conquest, el historiador del terror estalinista.
Afirmó que estaba fascinado por unas series sobre Orwell del Servicio británico de la BBC, y cuando le informé con orgullo de que mi esposa Elisabeth Robson las había escrito y producido, inmediatamente la eligió como la traductora inglesa de su primera obra, el épico poema “Noches prusianas”, compuesto en los campos de concentración y que recordaba de memoria. También preguntó a Conquest, tan buen poeta como historiador, para traducirlo en verso, y era una medida del respeto que todos nosotros teníamos a Solzhenitsin, nadie hubiera pensado en rechazar su proposición.
Solzhenitsyn es una figura de tan extraordinaria importancia en la historia de Rusia que destacará incluso en la más crítica y objetiva biografía. Pearce retrata muy bien el perfil menos conocido de Solzhenitsyn: la inesperada chispa humorística, el cariñoso hombre de familia, el filósofo que, habiendo revelado todo el horror del régimen soviético y la cobardía de sus apologistas, está tratando de encontrar en sí mismo algún tipo de clemencia cristiana.
Pearce proporciona a los lectores ingleses información interesante de los años más recientes, no abarcados por la biografía de Scammell de 1985. Dedica una atención especial a las verdades espirituales y filosóficas que siempre le han preocupado en su obra. Sin la conciencia individual, argumenta Solzhenitsin, tanto las sociedades comunistas como las capitalistas tienes aspectos repulsivos. Los derechos humanos carecen de sentido sin obligaciones. No se trata del primitivo nacionalista ruso dibujado por algunos periodistas que no se han tomado el tiempo para leer adecuadamente sus escritos. Rusia alberga un amplios territorios que son rusos en mucha mayor medida por espíritu y lealtad que por razones de sangre. A pesar de que apoyó la guerra en Chechenia, el bombardeo sobre los civiles chechenos está claramente alejado de la filosofía política de Solzhenitsyn. Se está resignando a las limitaciones de su influencia, habiendo sufrido recientes problemas de corazón. Insiste en que él siempre ha permanecido optimista, pese al trágico argumento de su vida y trabajo.
“Solzhenitsyn: un alma en el exilio” finaliza con traducciones de recientes poemas en prosa. Este fragmento fue escrito después haber visto un árbol destrozado por un relámpago: “Cuando la conciencia lanza su cerrojo fustigador, golpea en lo más profundo de lo bueno y lo malo de nuestra existencia. Y después de tamaño golpe, no hay narración de ninguno de nosotros que salga templada de la tormenta”. Rusia necesita a personas como Solzhenitsyn más que nunca".
“El 11 de diciembre, Alexander Solzhenitsyn cumplirá 81 años. Sobrevivió a la Guerra Civil, a la 2ª Guerra Mundial y a la Guerra Fría; sufrió los campos de concentración de Stalin y la represión de Brezhnev; luchó contra el cáncer cuando estuvo exiliado en la remota Kazakhstán, y resistió al materialismo occidental para concentrarse en sus escritos durante su próspero exilio en Vermont. Como él mismo predijo, vivió para ver el lamentable colapso del comunismo soviético, y regresó a casa triunfante. Cuando era joven, creyó en las promesas del marxismo-leninismo, pero acabó brutalmente desilusionado cuando fue arrestado luchando contra la Alemania Nazi. Volvió al cristianismo y fue rotundamente derrotado por las legiones de soplones soviéticos, policía de seguridad y censores que intentaron eliminar las revelaciones que fluían de su mordaz pluma.
Todavía tienen vigencia sus libros, antes vendidos por millones a lo largo de todo el mundo occidental y secretamente pasados de mano en mano como copias clandestinas de un ávido lector a otro, mentiras (gubernamentales) despreciadas en las esquinas de las librerías rusas. Mientras más joven, más difícil era que los escritores serios consiguiesen un puesto de honor. Habiéndosele urgido a regresar de América para incrementar su status político, los nuevos líderes rusos encontraron irritantes sus constantes críticas televisivas, mientras muchos aburridos televidentes simplemente cambiaban de canal en busca de un programa más ligero. Actualmente vive tranquilamente con su esposa Natalya en su refugio rural, cerca de Moscú, seguro de saber que ocupará uno de los puestos más destacados entre los personajes de las historia de Rusia en el siglo XX.
Estudiantes dedicados a la vida y obra de Solzhenitsyn encontrarán decepcionante el libro de Pearce, pero otros agradecerán tener una biografía de dimensiones manejables. Se basa fundamentalmente en tres recursos principales: la sólida y meticulosa investigación de Michael Scammell para la biografía publicada en 1985, la defectuosa autobiografía de la primera esposa de Solzhenitsyn, Natalya Reshetovskaya (“arreglada” por la KGB), y los trabajos publicados por el propio Solzhenitsyn. Hay algunas erratas menores aunque relevantes, tales como decir que Tashkent (la capital de Uzbekistán) está en Kazakhstan o confundir los salarios mensuales y anuales. Escritos más recientes, en los cuales Solzhenitsyn rinde homenaje a los numerosos partidarios que le suministraron información o pasaron clandestinamente sus manuscritos a los editores occidentales, no han sido utilizados.
En ocasiones Pearce, en incomprensible encogimiento de su materia, toma lo que dice Solzhenitsyn sin criba crítica alguna. Por ejemplo, describe cómo Solzhenitsyn, al igual que otros muchos intelectuales rusos, pasaban varias horas a la semana intentando escuchar a través de las ondas información no censurada de las estaciones de radio occidentales, “pero escuchó poco para animarle”. De hecho, Solzhenitsyn comprendió perfectamente que únicamente estas emisiones permitirían a los millones de rusos acceder a las pocas copias clandestinas de su trabajo en circulación para escuchar verdades acerca de la ficción del régimen y su fantástica obra documental “El archipiélago Gulag”.
Verdaderamente, las “voces ajenas” trajeron toda la dimensión de la opinión occidental sobre el régimen soviético a los rusos. En una época en que los tanques soviéticos aplastaban literalmente a los prisioneros políticos rebeldes en el campo de Kengir, los intelectuales occidentales como Jean-Paul Sartre enfureció a Solzhenitsyn al afirmar después de una breve visita que “hay total libertad de crítica en la URSS” y que los ciudadanos soviéticos no pretendían viajar fuera porque ellos amaban su país demasiado para querer salir del mismo. Pero cuando yo visité a Solzhenitsyn en Zurich en 1974, poco después de que fuese forzado al exilio, me contó que había al menos dos occidentales que realmente entendían la esencia del comunismo soviético: George Orwell and Robert Conquest, el historiador del terror estalinista.
Afirmó que estaba fascinado por unas series sobre Orwell del Servicio británico de la BBC, y cuando le informé con orgullo de que mi esposa Elisabeth Robson las había escrito y producido, inmediatamente la eligió como la traductora inglesa de su primera obra, el épico poema “Noches prusianas”, compuesto en los campos de concentración y que recordaba de memoria. También preguntó a Conquest, tan buen poeta como historiador, para traducirlo en verso, y era una medida del respeto que todos nosotros teníamos a Solzhenitsin, nadie hubiera pensado en rechazar su proposición.
Solzhenitsyn es una figura de tan extraordinaria importancia en la historia de Rusia que destacará incluso en la más crítica y objetiva biografía. Pearce retrata muy bien el perfil menos conocido de Solzhenitsyn: la inesperada chispa humorística, el cariñoso hombre de familia, el filósofo que, habiendo revelado todo el horror del régimen soviético y la cobardía de sus apologistas, está tratando de encontrar en sí mismo algún tipo de clemencia cristiana.
Pearce proporciona a los lectores ingleses información interesante de los años más recientes, no abarcados por la biografía de Scammell de 1985. Dedica una atención especial a las verdades espirituales y filosóficas que siempre le han preocupado en su obra. Sin la conciencia individual, argumenta Solzhenitsin, tanto las sociedades comunistas como las capitalistas tienes aspectos repulsivos. Los derechos humanos carecen de sentido sin obligaciones. No se trata del primitivo nacionalista ruso dibujado por algunos periodistas que no se han tomado el tiempo para leer adecuadamente sus escritos. Rusia alberga un amplios territorios que son rusos en mucha mayor medida por espíritu y lealtad que por razones de sangre. A pesar de que apoyó la guerra en Chechenia, el bombardeo sobre los civiles chechenos está claramente alejado de la filosofía política de Solzhenitsyn. Se está resignando a las limitaciones de su influencia, habiendo sufrido recientes problemas de corazón. Insiste en que él siempre ha permanecido optimista, pese al trágico argumento de su vida y trabajo.
“Solzhenitsyn: un alma en el exilio” finaliza con traducciones de recientes poemas en prosa. Este fragmento fue escrito después haber visto un árbol destrozado por un relámpago: “Cuando la conciencia lanza su cerrojo fustigador, golpea en lo más profundo de lo bueno y lo malo de nuestra existencia. Y después de tamaño golpe, no hay narración de ninguno de nosotros que salga templada de la tormenta”. Rusia necesita a personas como Solzhenitsyn más que nunca".
Nota1: enlace al texto original, titulado "Una voz olvidada", recuperado por la versión en línea de TLS (Times Literary Supplement) en 6 de agosto de 2008. Artículo escrito por Iain Elliot.
Nota2: foto extraída de este enlace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario