Pero no se puede obviar que James Joyce fue un irlandés atípico para su tiempo por tres razones principales:
A edad temprana, ya renegó de la religión católico, algo impensable en la sociedad irlandesa, imbuida en el catolicismo. Incluso, en una carta de 1904 enviada a su amada Nora Barnacle, afirma que se propone combatir la fe católica.
Asimismo, se aparta de la política dentro de una sociedad nacionalista como la irlandesa, que luchaba con todas sus fuerzas por lograr la independencia y sacudirse el pesado yugo del Imperio Británico.
Y, además, reivindica el inglés como su lengua materna, en detrimento del gaélico, idioma que considera readaptado y promovido artificialmente por la búsqueda nacionalista de una identidad irlandesa.
Es decir, “tenía todas las papeletas” para ser un personaje incomprendido en su país. Y así fue. También hay que decir que tuvo una personalidad egoísta y megalómana. Aunque, para ser justos, hay que mencionar que fue un buen hijo. Testimonio de ello es su regreso a Dublín desde Francia en 1903 para cuidar a su madre que se encontraba enferma de cáncer. A pesar de que la relación con sus padres (de firme fe católica) no era del todo buena. Además, el fallecimiento de su madre le produjo una enorme pena que provocó que cayera en el alcoholismo y que vagara durante algún tiempo por los bajos fondos de Dublín. Realmente fue una experiencia que marcó su vida de forma indeleble.
No es mi intención realizar aquí un relato biográfico de J. Joyce, simplemente mostrar sus principales rasgos, que tienen un reflejo directo en sus obras.
Dublín fue el motivo principal de sus libros, casi todo lo que escribe tiene relación directa con ella, la ciudad a la que tanto odio y, a la vez, tanto amó. Díscola y peculiar relación. El libro que quiero comentar es “Dubliners” (“Dublineses”). A través del mismo, Joyce nos muestra diferentes instantáneas, estampas de la vida de Dublín y de sus ciudadanos. Son pequeños relatos de la realidad vital de ciertos personajes tomados repentinamente durante unas horas, unos días, tras lo cual sus vidas vuelven a difuminarse entre la niebla de una fría noche otoñal y sólo podemos imaginar que será de ellos. Es un pequeño libro ya que no alcanza las doscientas páginas, mas su contenido es realmente enjundioso.
Joyce nos enseña una sociedad dublinesa encayada, que no avanza, paralizada por la religión y la decisiva influencia de la Iglesia Católica, las costumbres ancestrales y las convenciones. Y ello ocultado en parte bajo la pátina del bullicio y la alegría de las tabernas, y un nacionalismo emergente, saliendo por los poros de la piel de todo “buen irlandés”. Joyce no entraba dentro de este patrón salvo, como él mismo decía, en que era un amante de la bebida.
Todos los relatos del libro son reflejo, directa o indirectamente, de su propia vida y de sus propios sentimientos. Y precisamente el que realice tantas alusiones a la vida real y cotidiana de Dublín le lleva al exilio, ya que sus conciudadanos no pueden soportar las críticas de Joyce, un escritor que siempre “se mojaba” y decía lo que pensaba, sin pensar en las consecuencias que tendría. El resultado fue que se tuvo que exiliar y mientras vivió, los irlandeses no le perdonaron que escribiese con independencia, sin tener en cuenta el nacionalismo, y mucho menos aún la religión católica.
El principal y más conmovedor de los relatos es el último, “Los muertos”. Una típica celebración de Navidad, en la que participa la clase liberal y burguesa de Dublín es sólo la excusa para mostrar algo mucho más profundo. Un sentimiento de fatalidad y de intensa infelicidad parece subyacer como el espíritu que impregna la visión del autor respecto a Dublín y sus habitantes.
El personaje Gabriel dice que es imposible asir la realidad, lo que Joyce buscaba como verdad a través de las palabras, y cuando se logra es por mera casualidad, como una revelación momentánea e inesperada, como una epifanía.
Pero el escritor, mediante ésta y las demás historias, nos señala varios elementos característicos del dublinés de su tiempo (son únicamente mis apreciaciones, lo que he logrado captar):
El valor de la palabra dada.
El amor a la tierra y a la familia, aunque duela.
La resignación cristiana, saber sobrellevar una existencia sufrida.
Filiación por lo continental, especialmente lo venido de Francia. En contraposición, odio hacia lo inglés, sin que por ello se dejen de admirar la caballerosidad y los modales ingleses.
Hay una clara distinción entre el rol masculino y el rol femenino: el gusto por la embriaguez, por las tabernas nocturnas, el bravuconeo y la conversación con los amigos de copas representan al hombre de clase media-baja. Se muestra al señor Farrington como un hombre descuidado en el trabajo, algo pendenciero, con un gran orgullo, que sólo sabe arreglar sus fracasos con la bebida, y paga sus decepciones con sus hijos.
En cambio, la mujer irlandesa se muestra como el pilar de la familia, responsable y ejemplo de beatitud y severidad católica.
Tampoco hay que olvidar que, hace un siglo, Irlanda no era el país próspero que ahora es. La emigración era un suceso cotidiano, y la pobreza llevaba a muchas personas al alcoholismo.
El puritanismo católico invade la mentalidad de la sociedad irlandesa. Dublín es una ciudad pequeña donde todo el mundo se conoce, donde cualquier desliz puede echar al traste la reputación que ha costado labrarse mucho tiempo, donde la dignidad y el honor son los bienes más preciados.
El personaje Chandler no se siente satisfecho, piensa que no ha triunfado en la vida como debiera a causa de su timidez y de su conciencia católica. Incluso se arrepiente de lo que ha logrado tras muchos años de esfuerzo, su trabajo, su estilo de vivir, su matrimonio, etc. Se compara inevitablemente con su amigo Gallaher (que podría ser perfectamente el propio Joyce), un triunfador que marchó a Londres siendo joven y vuelve a Dublín convertido en un afamado periodista, con dinero, éxito con las mujeres y conocedor de mundo.
La independencia de Irlanda se identifica con la libertad, con la ansiada libertad del pueblo irlandés, que desea quitarse de encima el pesado yugo inglés.
Pero los nacionalistas irlandeses más elementos para justificar su posición política (que ya comparten sus paisanos). De ahí que revistan el nacionalismo irlandés con:
-La evocación del mítico y glorioso pasado celta (Erin).
-El gaélico como la lengua propiamente irlandesa.
Asimismo, se recuerda la figura del histórico político irlandés Charles Stuart Parnell, que había pedido a la Cámara de los Comunes de Londres la puesta en consideración de un estatuto de autonomía para Irlanda (Home Rule). La propuesta fue rechazada. Posteriormente, además, los nacionalistas irlandeses provocaron la caída definitiva de Parnell del escenario político, al considerar muy tímida su postura política. Hay que tener en cuenta que cualquier contacto con algo británico y cualquier solución de compromiso (como el “Home Rule”, que no satisfacía ni de lejos las aspiraciones de los nacionalistas) es interpretado como una traición a Irlanda.
La convivencia entre católicos y protestantes es siempre tensa. Desde luego, si un protestante quería casarse con una mujer católica, ineludiblemente había de convertirse al catolicismo. De todos modos, la mentalidad protestante persistía, sin ser ello obstáculo para la relación de pareja.
El autor también abarca el mundo espiritual, a pesar de haber abandonado el catolicismo y declarar su ateísmo. Describe muy detalladamente el retiro espiritual de un grupo de comerciantes católicos para expiar sus pecados. El discurso del sacerdote es realmente lúcido: todos nos equivocamos sea cual sea el credo que tengamos, porque somos humanos. Ese parece ser el mensaje que quiere enviar el escritor.
En fin, regresando al comienzo de este breve texto, Joyce tuvo que esperar a su muerte para que sus compatriotas le reconociesen su gran talento y aceptasen sus otras verdades (con una mirada mucho más extensa, internacional, que sus paisanos contemporáneos no supieron comprender). Parece que casi siempre se hace justicia tarde, sobre todo con los grandes escritores. Ahora tan reconocido es que se ha convertido en un símbolo de lo irlandés (James, probablemente, se hubiera restregado los ojos una y mil veces y seguiría sin creerlo), y testimonio de ello es su estatua emplazada en pleno centro dublinés, el James Joyce Museum, las rutas turístico-literarios que se realizan siguiendo los principales pasajes de su obra cumbre, “Ulises”, la celebración del “Bloomsday” el 16 de junio, recordando al literario Leophold Bloom, etc. De hecho, se ha convertido en uno de los grandes atractivos turísticos de Dublín.
También hubiera satisfecho sobremanera al escritor irlandés y a su espíritu de amplios horizontes la creación de Asociaciones literarias dedicadas al estudio de su obra, desde Melbourne hasta New York, pasando por nuestro país. J. Joyce es un testimonio espléndido de cómo la razón acaba por vencer al fanatismo. Querido amig@, disfruta de “Dubliners”, un libro para leer a pequeños sorbos, como se bebe el buen té. Estoy seguro de que no te arrepentirás.
Un saludo cordial.
Nota: la foto ha sido extraída de la página web www.virtualtourist.com
Enlaces sobre la obra y figura de James Joyce:
-Zurich James Joyce Foundation
-Asociación Española James Joyce
-El océano del caos: biografías, comentario y obras del autor, con especial atención a "Ulises"
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